Por Emiliano Ruiz Parra
Ayúdame a seguir contando historias. Deposita un donativo en la clabe: 072180002391565508 de Banorte.
Cubrí la primera campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador para el diario Reforma entre noviembre de 2005 y septiembre de 2006. Fue inolvidable: cuatro, a veces cinco mítines al día en ciudades y pueblos. Parecía que estaba a punto de ser presidente. Transcribo algunos apuntes de mi diario de cobertura.
—El licenciado te invita a comer a su mesa —me dijo una voz.
El “licenciado” era Andrés Manuel López Obrador. Estábamos en una fondita a la mitad de la carretera, era noviembre de 2005 y ese hombre tabasqueño, entonces 52 años recién cumplidos, estaba a punto de ser presidente.
Para llegar hasta allá viajábamos en tres camionetas blancas. La de adelante la conducía Nicolás Mollineo Bastar y de copiloto iba López Obrador. Lo acompañaba, esa vez, José Agustín Ortiz Pinchetti, coordinador de la campaña presidencial en los estados de la (entonces) cuarta circunscripción. Lo seguía una camioneta con ayudantes y guardaespaldas (no muy temibles). En el tercer vehículo del convoy íbamos los reporteros que cubríamos su campaña.
Me senté a la mesa del licenciado. Muy pronto me di cuenta que sabía algunas cosas de mí. La más importante: que yo estudiaba —seguía siendo estudiante entonces— literatura hispanoamericana, y que me gustaba escribir. Mientras comía la sopa aguada y las tortillas de la fonda López Obrador me habló de su amistad con Gabriel García Márquez.
—Platiqué con García Márquez la semana pasada, somos buenos amigos —me dijo.
Yo tenía 23 años y era devoto de García Márquez. Cien años de soledad era el libro que más me había deslumbrado hasta entonces. Si López Obrador quería seducirme —y hablo de una seducción política: cooptar al reporterito del diario Reforma que se subía por primera vez a una campaña presidencial— iba por buen camino.
Pero yo tenía con qué defenderme. Hacía algunos años había leído un artículo de otro escritor colombiano, Fernando Vallejo. Se burlaba de la debilidad de García Márquez por el poder o, más puntualmente, por los presidentes. Había sido amigo incondicional de Fidel Castro, pero igual se sentaba a la mesa Bill Clinton. Vallejo le reprochaba: te decías amigo de Luis Donaldo Colosio, pero cuando lo mataron no te paraste en su funeral.
—Ah, sí, García Márquez —le respondí al licenciado —pero él también es muy amigo de Carlos Salinas, ¿no?
(Carlos Salinas, a quien López Obrador acusaba de ser el “jefe de la mafia del poder”).
López Obrador torció la boca e hizo una mueca de enfado.
Empezábamos mal.
0-0-0
La escena ocurre en Tabasco: un joven ha caído en uno de los pantanos de la zona rural del estado. Se hunde. Se esfuerza, pero se hunde más. Por su mente pasan los recuerdos de su corta biografía. Tras ese repaso viene la certeza de la muerte. A punto de rendirse hace una oferta al Padre: Sálvame y lucharé por quienes más lo necesitan. Tras esta plegaria el joven pareciera adquirir nuevas fuerzas y, tras una intensa batalla, sale del pantano.
Escuché esta historia de dos excompañeros de Andrés Manuel López Obrador. La contaban como ejemplo de la influencia religiosa en su pensamiento. Más allá de milagros, López Obrador ha sido el político mexicano más hábil en el manejo de la fe. Se ha definido ambiguamente como “católico-cristiano-bíblico”, para abarcar a la mayoría católica, los cristianos evangélicos y los Testigos de Jehová. En su bolsillo carga dos escapularios y en sus discursos resuena la idea central del Sermón de la Montaña: bienaventurados los pobres que de ellos será el Reino.
0-0-0
En la gira a Michoacán la campaña de López Obrador entraba en una fase de turbulencia: no logró llenar ni una plaza pública. En el mejor de los casos estaban a la mitad. En varias hubo abucheos a otros candidatos, como cuando una rechifla calló a Silvano Aureoles en Zitácuaro. Yo lo publicaba en mis crónicas de la campaña.
Una tarde después de los mítines, López Obrador y el gobernador Lázaro Cárdenas Batel aceptaron reunirse con la prensa en un restaurante. Levanté la mano y le hice una pregunta al gobernador: ¿por qué no se llenan las plazas en su estado?
Cárdenas —Lazarito, como le decían sus compañeros de partido— tomó aire, abrió la boca y estaba a punto de contestar. Pero lo interrumpió López Obrador: mentiras —dijo— eso no es verdad, eso lo dice Reforma.

El día de las elecciones presidenciales Andrés Manuel López Obrador citó a los reporteros “de la fuente” en su casa de campaña de la colonia Roma. Apareció ante nosotros vestido de traje y corbata oscura: quería verse como presidente. Y estaba a pocas horas de no serlo. Se sentó en el patio sin sombra en una sola silla. Los reporteros estábamos frente a él. El resto lo cito de la nota “López Obrador, el último de su especie”, que publicaron Zedryk Raziel y David Marcial Pérez el primero de octubre de 2024 en El País:
“El periodista Emiliano Ruiz Parra cuenta otra anécdota que retrata la misma actitud de excesiva confianza. El día de la elección, los reporteros de la fuente que cubrían al candidato le pidieron espacio para ir a votar a sus colegios electorales. [Una colega reportera le pidió a AMLO que fuera a votar por la tarde: de esa manera, nosotros podríamos votar por la mañana. Pero si él votaba por la mañana tendríamos que estar desde temprano hasta la noche pegados a él, y no podríamos ir a votar].
“Pero él no los dejó [ir a votar temprano]. ‘Relajado, López Obrador no contestó de inmediato. Con el dedo índice de la mano derecha empezó a contar a los reporteros: ‘uno, dos, tres, cuatro, cinco… 22, 23, 24′ hasta que nos recorrió a todos: ‘24 votos menos, no importa’, rememora Ruiz Parra. Al final, el candidato perredista perdió por tan poco margen que, en efecto, cada sufragio importaba”.
0-0-0

CUANDO EL VINAGRE SE QUEDÓ GUARDADO
Era el primero de septiembre de 2006. El Zócalo estaba ocupado por el campamento de Andrés Manuel López Obrador, que exigía un recuento “voto por voto”. A unos kilómetros se alistaba la entrega del sexto informe presidencial de Vicente Fox. En una reunión privada al interior de una de las carpas, López Obrador proponía que marcharan a la Cámara de Diputados, que salieran del plantón y mostraran su repudio a Fox en las calles y en el Palacio Legislativo. Algunos líderes intermedios ya habían juntado botellas de vinagre: preveían que serían repelidos con gases lacrimógenos y habrían de cubrirse la boca con trapos empapados en ese líquido para poder respirar… La mayoría de sus colaboradores estaban en desacuerdo. Para resolver la diferencia se fueron a votación. López Obrador resultó derrotado: políticos como Porfirio Muñoz Ledo, Marcelo Ebrard, Jesús Ortega y Guadalupe Acosta Naranjo le ganaron: no hubo marcha a la Cámara de Diputados.
0-0-0
Algunos años después fundará un partido llamado Morena, como la Virgen del Tepeyac. En su barca subirá al sacerdote católico Alejandro Solalinde, a la derecha pentecostal del Partido Encuentro Social (PES) y al pastor evangélico Arturo Farela, quien asegura que oraba con López Obrador en Palacio Nacional.
0-0-0
Vi a AMLO por última vez de casualidad en octubre de 2016. Yo cubría el Festival Cervantino y él terminaba un mitin. Nos topamos en una esquina del centro de Guanajuato y me saludó con calidez. Hasta pensé que le daba gusto verme. Nos despedimos. Unos minutos después grabó un video que se volvió viral en donde sigue a una paloma de color café claro.
Ayúdame a seguir contando historias. Deposita un donativo en la clabe: 072180002391565508 de Banorte.
Deja un comentario